Ciertamente aterrador es la enorme similitud que guardamos con un pez de colores.
Inicialmente, pues eso, vives en una pecera. Chocas una y otra vez con el cristal, con el reflejo de tu estupidez mientras piensas y olvidas, piensas y olvidas las ganas que tienes de morir. No, obstante, antes de llegar al punto de envenenarte ahogado en tus propios desechos, puedes depender de otro, que te saque de tu tumba acuática, te deje en el fregadero y purifique el limitado mundo que conoces.
Claro que, nosotros no somos peces. Nosotros matamos peces, para que ellos tengan luego que plantearse lo absurda que es la vida.
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